La siesta

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Cayó una piedra en el suelo de mármol justo cuando el pequeño se había dormido después de tantas lágrimas. Debería dejar las piedras fuera de casa, pensó ella, quizás si le pongo una caja bonita junto a la puerta quiera guardar allí sus tesoros. El pequeño respiraba rítmicamente. Por suerte sigue dormido, suspiró ella. Lo cierto es que cuando tardaba tanto en dormirse se generaba un bucle energético que era difícil romper y ella se daba cuenta de ello. Ambos entraban en un nerviosismo que alimentaba al del otro. Ella quería que se durmiese ya y, el pequeño no sabía ya si quería dormir o no.Y los días sin siesta eran tan infinitamente largos que ella lo deseaba con mucha fuerza aun cuando se intentaba exigir no desearlo.

Lo acostó sobre la cama, le puso delicadamente la sábana sobre las piernas desnudas, colocó los cojines en ambos bordes, cerró la puerta con mucho sigilo y se desplomó sobre el sofá del salón.

Había infinitas cosas que hacer y otras tantas que deseaba hacer. Casi siempre ocurría lo mismo, cuando el pequeño se dormía comenzaba en la casa una actividad frenética y silenciosa. Un cuerpo en movimiento constante, como si fuera una foto movida, iba de un lado a otro con juguetes y ropa, recogía la cocina y preparaba comida sin que se escuchase una cuchara rozar un vaso, tecleaba a velocidades ultrasónicas en el teclado de su ordenador. Y otros días, el silencio iba acompañado de poco movimiento, ella cogía un libro y lo devoraba, o dormitaba en el sofá después de algunas páginas, escribía en su libreta sentada en la mesa de la cocina con una infusión al lado de la que casi siempre se olvidaba. Y otros días, los días en los que estaba destruída, perdía el tiempo delante del móvil. El tiempo, uno sabe que lo pierde cuando de verdad le duele perderlo. Ese pequeño aparato lleno de datos le producía una de las mayores insatisfacciones de la vida. ¿Por qué no tirarlo?, pensaba ella a veces. Pues porque los días duros que me acompaña alguien al otro lado me salvan la vida. Volvía a decirse.

La soledad que rodea la maternidad no es universal, cada mujer, cada madre, la vive de un modo tan particular que estaría bien fabricar un nombre para cada una de ellas. Podría ser algo así como un apellido que le ponen al ser madres, como si se le concediese un nuevo título en el momento que su óvulo se fecunda. De echo es posible que los óvulos tengan alguna célula que se llame soledad. En el momento que un óvulo se fecunda, una mujer pasa a tener que tomar millones de decisiones inconscientes y conscientes en las que ya está sola.**

La soledad de la maternidad es cómo esas máscaras de la tragedia griega: tiene una parte triste y otra feliz. La soledad de la maternidad hace a la mujer crecer y le aporta una fuerza que ya la acompaña toda la vida. Al tiempo, esa soledad es, a veces, tan dura y pesada que une cósmicamente a todas las mujeres del universo.

**»En el momento que un óvulo se fecunda, una mujer pasa a tener que tomar millones de decisiones inconscientes y conscientes en las que ya está sola.» Por supuesto que en muchas situaciones, en el caso tener pareja, hay muchas decisiones conjuntas, y hay otras que no. Lo quería aclarar, porque pensé en borrarlo, pero no quiero, lo sigo sintiendo así.

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