Vas bien, vas bien.

Vas-bien-vas-bien-vivet

Escribí este texto hace un año, en medio de una gran transformación y de momentos muy duros en la crianza. La semana pasada volvimos a bajar a ver la máquina de las balas de paja y recordé este momento. Ojalá os resuene, ojalá os lleve a poner mirada en todas las pequeñas y grandes cosas que nos hacen darnos cuenta de que vamos bien, de que podemos agarrar la plenitud de la vida a ratos, momentos, instantes.

Se oye un ruido fuera. Es algún tipo de vehículo agrícola que hace mucho ruido. Unos pies pequeños corren por el pasillo a gran velocidad.

-¡Mamá, mamá! ¡¡Es la alpacadora!! -grita mi hijo con una efusividad que lo hace dar saltitos mientras habla y moverse con nerviosismo.- ¡Tenemos que bajar!¡Tenemos que bajar!

De repente mi cuerpo absorbe la emoción de mi hijo y corro también por el pasillo para gritarle a su padre:

-Dejo la merienda a medias, luego vuelvo a subir y termino de recoger todo para marcharnos. ¡Tengo que bajar con él ya! ¡Me da miedo que se vaya la máquina y no la veamos!-no grito muy alto, pero si me doy cuenta de que estoy casi dando saltitos igual que mi pequeño.

Me calzo rápido y ayudo a Xabier a calzarse. Hay un momento de pánico en el que parece que se oye marchar al vehículo y mi hijo llega a estar al borde del llanto, pero no es cierto y seguimos con la emoción cogiendo lo imprescindible para bajar.

Bajamos, riendo y debatiendo de si será la máquina que hace los fardos redondos, que esa no la hemos visto nunca y ¡qué emocionante sería que fuera esa!. Subimos corriendo a la campa, atravesamos la extension de hierba verde mientras vemos que nuestros deseos se hacen realidad: ¡es la alpacadora que las hace redondas! 

Me siento con las piernas cruzadas, como un indio apache. Llevo ese vestido negro de tela tan ligera que me gusta tanto y en medio de mis piernas se hace una especie de silla. Ahí se sienta mi hijo. Él con la felicidad propia de un niño que ve algo tan deseado por primera vez. Y yo con la felicidad propia de una madre que ve a su pequeño desbordante de emoción y encima con la fascinación de quién se fija en algo cotidiano en lo que no había reparado antes. Y justo en ese momento, en el que solo hay silencio y emoción entre él y yo, sonrío y dejo que las lágrimas me rieguen las mejillas. Este es el verdadero sentido de todo, este es el verdadero fin, el verdadero camino, la verdadera verdad. Disfrutar de estos momentos, permitir que la hierba se me tatué en la piel y que la escena se me clave en el alma. De pronto, por absurdo que pueda parecer por la pueril sencillez de la escena, todo cobra sentido, todas las piezas del puzzle encajan y aparece la solución al enigma: voy bien, voy bien. 

¿Y qué demonios significa que vas bien? Se preguntará quién me lea. Me río a carcajadas al tiempo que escribo. Hace mucho años, cuando mi tío tenia unos 45 me contó que haciendo zapping había visto una escena de Bob Esponja que le había causado muchísima gracia. En ella Patricio, la estrella de mar, tripulaba un barco y el personaje amarillo le hacia las indicaciones pertinentes para poder entrar en una cueva estrecha. En la escena Patricio hace avanzar el barco con una sonrisa enorme mientras su amigo le dice: “Vas bien, vas bien” y se ven trozos del casco saltando al golpearse contra las rocas de la cueva. Es una escena tan absurda que recuerdo haberme reído hasta llorar. Y la he recordado a lo largo de la vida infinidad de veces y me he reído creo que con la misma intensidad que aquella vez.

Y hoy, justo en este campo, en esta escena familiar, sencilla y cotidiana, ha vuelto a venir a mí la imagen del barco entrando en la cueva y destrozándose contra las rocas y se me ha conectado todo. Ser madre es eso, es avanzar embriagada de amor a pesar de irse dejando trozos por el camino, a pesar de las dificultades que nos rompen las estructuras de la mente. Es entrar dando bandazos con nuestras expectativas, criterios, deseos y metas mientras las vivencias se encargan de limar tanta traba mental y nos dejan ahí, cada vez más ligeras a la deriva de la vida. La verdadera grandeza de todo esto es que podamos sentir en el cuerpo los momentos en los que, a pesar de absolutamente todo, podemos decirnos a nosotras mismas: vas bien, vas bien.

Permanecimos en esa campa alrededor de media hora. No sé lo que sentía mi hijo porque no estoy dentro de él, pero sé lo que sentía yo: amor, gratitud y una satisfacción tan grande como las balas de paja que salían de aquella máquina.

El otro día una amiga muy sabia que educó en casa a sus hijas me dijo que si volviera atrás no sabía si volvería a hacer lo mismo. Y mientras reflexionábamos y compartíamos vivencias algo le hizo click dentro. Y entonces lo dijo, eso que ya no voy a olvidar: 

Si volviese atrás lo haría solo por una razón, nada de ideales, de principios o criterios, lo haría por disfrutar de mis hijas, por disfrutar del proceso de verlas crecer. 

Vas bien, vas bien.

*Foto de hace una semana cuando la máquina que vino hacía las balas de paja cuadradas.

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2 respuestas a «Vas bien, vas bien.»

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